lunedì 14 novembre 2016

SP - 24 NOV.

24 noviembre. La FMA ora con María y como María (Const. 37 y 39)

Con y como María, la Virgen en escucha

En el bautismo hemos sido hechas hijas de Dios, injertadas en la vida de la comunión Trinitaria. Desde aquel momento “el Espíritu Santo ora en nosotros, intercede con insistencia por nosotros y nos invita a darle espacio...” (Const. 37). El Espíritu Santo es el amor que fluye entre el Padre y el Hijo y que fluye también dentro de nosotras. De esta linfa vital, depende toda la fecundidad de nuestra vida. La joven María Mazzarello, en la viña donde trabajaba su familia, veía cada año realizada la verdad de esta Palabra: “Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo si no permanece en la vid, así tampoco vosotros si no permanecéis en mí” (Jn 15,4).
 Pero, el espejo perfecto donde contemplar esta verdad, ciertamente es María, la joven mujer de Nazaret. La imaginamos comprometida en muchos quehaceres de la casa, en el tejer relaciones en la familia y en el pueblo. Ciertamente conocía la Escritura, pero su belleza más grande radicaba en la capacidad de dejar a Dios el permiso de cumplir en ella Su proyecto. María era capaz de un discernimiento interior que le permitía reconocer la voz de Dios entre las tantas voces que escuchaba en torno a sí y de entregarse a Él con confianza total.
Nosotras también estamos invitadas: “En el silencio de todo nuestro ser, como María, la Virgen oyente” a dejarnos penetrar por la fuerza del Espíritu y a permitir a Dios que haga nuestra vida verdaderamente fecunda. Estamos, cada día, invitadas a entrar en este diálogo interior con el Señor, ya que, si el sarmiento se corta de la vid, en otoño no dará uva y no se podrá tener el vino, o sea, el don de la comunión. La linfa vital, que pasa a través de la cepa, el amor que pasa entre el Padre y el Hijo, es aquella misma vida que ha penetrado en María de Nazaret, y en tantas de nuestras hermanas, haciéndolas mujeres fecundas. María ha vivido desde el inicio según Dios, poniendo al centro la relación con Él, sin buscar de afirmarse a sí misma y llevar adelante los propios proyectos. Su “” al Señor es acogida confiada y total. Continuamos invocándola para que nos obtenga el don de poder encontrar con confianza nuestro puesto en Dios. Si hacemos nuestra su actitud, la Palabra que meditamos cotidianamente podrá tomar “Rostro” también en nuestra vida. Seremos también nosotras tejedoras del Cuerpo de Cristo, como María, que en aquel mosaico está representada mientras escucha la Palabra (el rótulo a sus espaldas) y en las manos tiene un ovillo de lana roja (la carne del Hijo de Dios tejida en su seno).
María ha sido fecundada por el Espíritu que habitaba dentro de ella. No ha sido ella quien “hizo algo por Dios”. Sencillamente ha escuchado con todo su ser la voz de Dios y ha acogido Su proyecto. María es Virgen primero, durante y después del parto. La intervención de Dios no la ha herido, sino que la ha exaltado, haciéndola madre.
Si queremos escuchar la voz de Dios, que respeta de modo absoluto nuestra libertad y no nos fuerza jamás a escuchar, es indispensable hacernos siempre más capaces de habitar tiempos de soledad y de silencio. Solo así podemos entrar en el diálogo interior con el Señor. Meditando la Palabra, es importante recordar que la Palabra no es un libro, sino una Persona. Por tanto, lo más importante no es “qué dice” la Palabra, sino “quién es para mí”. La Palabra está llena del Espíritu Santo, que da la vida, el Espíritu que me hace hija del Padre. La Palabra es el Rostro del Padre, porque es el Hijo. Los Padres de la Iglesia afirman que la Palabra se abre a la persona que ora, como un amigo se abre delante del amigo: si tenemos miedo de Dios, o si lo buscamos solo por interés, estos sentimientos serán obstáculo en el encuentro. En vez, cuando entre mí y la Palabra fluye el amor, como entre el Esposo y la Esposa, la Palabra se abre, se entreabre y me introduce en la intimidad del Padre. En la liturgia se nos acerca a la Palabra también con el cuerpo: el leccionario es levantado, besado y luego colocado. Así, durante la meditación, es bueno dirigir a la Palabra algún gesto de veneración, hacer preguntas, expresar gratitud. Poco a poco iremos entrando en un diálogo confiado, la Palabra inicia a entreabrirse para nosotras. El encuentro auténtico, afectuoso, profundo con la Palabra nos lleva paulatinamente a avanzar en el proceso de configuración con Cristo, refuerza la comunión fraterna y reaviva nuestro impulso misionero.
Ejercicio Espiritual
1. ¡Con María renuevo mi entrega a Dios, en total confianza, sabiendo que con el bautismo el Padre me ha hecho su hija, entregándome gratuitamente la “dignidad” más alta a la cual un ser humano pueda aspirar! Con humildad acojo las mediaciones que me ayudan a comprender el proyecto que Dios tiene sobre mí.
2. En la oración de cada día custodio dentro de mí un espacio de intimidad con el Esposo. Me abro a su deseo de hacerme siempre más virgen y madre. Es un proceso en el cual, más que el esfuerzo personal, aquello que cuenta es la confianza y la acogida de la vida nueva que me viene donada por el Espíritu.

3. En la vida comunitaria y pastoral, busco dar la prioridad a las opciones que “generen virginalmente a los hijos de Dios”. Con gran respeto para cada persona que se me ha confiado, busco ser sencillamente “obstétrica” que ayuda a los hermanos y a las hermanas a encontrarse con Él.

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